Ambos son parte de una mafia de tráfico de sangre que lleva
consigo vestigios escondidos del narcotráfico y que refleja la pobreza y las
adicciones que marca la lucha por mantener vivo el amor de los personajes
principales, alejado del cliché de la homosexualidad en el cine comercial,
proyectado sin prejuicios desde su visión urbana.
La cinta trae flashes narrativos y visuales del cine
independiente gringo; la fotografía de María Secco se balancea entre lo
estilizado y lo documental, mientras su banda sonora juega con géneros como el
hip-hop y el rock urbano así como el ska.
Aunque la cinta es tibia al momento de tratar sus momentos
clave, los cuales se diluyen en saltos narrativos que evaden la violencia
directamente a la contemplación, funciona como un drama enfocado más a una
historia de amor que pudo profundizar más en cómo afecta a ambos protagonistas.
Texto para Capital Hidalgo
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